lunes, 8 de julio de 2013

Florencia, jardín del arte


Florencia está llena de obras de arte, estatuas, palacios, iglesias... rodeada de bosques, cruzada por el río Arno y en una zona en la que llueve bastante y a menudo torrencialmente. Es como un inmenso jardín en el que florecen las obras de arte, no en vano aquí surgió el llamado síndrome de Stendhal.


El casco antiguo está lleno de calles estrechas, casi rectas, con una suave curvatura que permite disfrutar de las fachadas de colores cálidos, con persianas verdes cerradas que se abren de la mitad para abajo. Las calles están adoquinadas con piedras grandes e irregulares, por las que circula una nube de motos y bicicletas. Las aceras son estrechas, así que no hay que distraerse mucho mirando los edificios.

 

Innumerables tiendas de cazadoras y bolsos llenan el aire de olor a cuero. Por todos lados hay puertas señoriales, enormes puertas nobles de madera con llamadores de bronce que dan paso a palacios renacentistas. Los florentinos son amables, educados, simpáticos y muy elegantes, para ellos es muy importante la bella figura.

  

Florencia la bella, la que fué capital de Italia unos años en el siglo XIX, está rodeada por una circunvalación, un anillo que recuerda donde estaban las antiguas murallas. Allí puede verse el Cementerio inglés, que curiosamente se ha quedado en el centro de una glorieta.


 

Ciudad elegante, llena de sonrisas, de bellos rincones, palacios, casonas, placas conmemorativas, imágenes y estatuas. Y una gigantesca catedral, que parece una montaña de mármol blanco, verde y de colores, una maravilla.

  

Y para reponer fuerzas, nada mejor que comer en Zio Gigi, en la calle Via Folco Portinari, un lugar en el que probar la tripa florentina o un buen plato de pasta, por un precio muy ajustado y mientras se disfruta de la potente voz de Gigi, el dueño, todo un personaje, simpático y extrovertido.

 

Florencia la bella, la cuna del quatroccento, la capital de la soleada Toscana, la ciudad del Arno, amado y temido por su poder destructor, capaz de arrasarlo todo en una noche.

Una ciudad para emborracharse de arte y luego digerirlo poco a poco en largos paseos. El visitante debe olvidar el plano a ratos y deambular por su calles estrechas, bellísimas, y pisar las mismas piedras que pisaron el Dante, Beatriz, Miguel Ángel, Leonardo y tantos otros. Un sitio para perderse y volver, volver de vez en cuando.

Acabo de visitarla por segunda vez y ya tengo ganas de regresar.



Publicado por Antonio F. Rodríguez.

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