domingo, 22 de febrero de 2015

Bogotá, el corazón verde


Bogotá desde el hotel

Bogotá, la capital de Colombia es un monstruo de casi nueve millones de habitantes y casi 30 kilómetros de diámetro, sin metro, en la que la palabra que más veces se oye pronunciar en la calle es trancón (atasco). Un gigante a 2.600 m de altitud sobre el nivel del mar, plagado de rascacielos que sobresalen entre casas pobres de unas pocas plantas, rodeado de verdes montañas cubiertas de bosques. Esa primera foto que se ve está hecha desde la ventana de la habitación de mi hotel y resume la primera impresión.

El tráfico en la ciudad es caótico y muy agresivo. El que crea que conducir en Madrid es una tarea de alta tensión, que coja un coche en la capital colombiana y verá lo que es bueno. Si aquí conducimos al centímetro, allá lo hacen al milímetro. Cuando el vecino mete el morro del coche en una bocacalle para colarse, la reacción instintiva es acelerar a toda mecha. Coger un taxi es un deporte de riesgo.

Hay un santuario muy especial, Monserrate, en la cima de una colina de 3.152 m, más de mil meros de altura que se levantan cerca del dentro de la ciudad como un balcón privilegiado. Se sube en teleférico o en un funicular que parece un ascensor, porque asciende casi en vertical, y las vistas desde arriba son en verdad impresionantes.

Vista desde Monserrate

Toda la ciudad, amplia extensa, jalonada de rascacielos se extiende a los pies del viajero. Con unos prismáticos se puede jugar a encontrar el hotel en un puzzle abigarrado de manzanas y casas. A un lado de la montaña, la interminable ciudad, al otro, montañas completamente tapizadas de tupida jungla. El santuario es magnífico, grandioso y encaramado en la cima de la colina resulta imponente.

Santuaro de Monserrrate

Pero el auténtico centro de la ciudad es la Plaza de Bolívar, en el barrio de La Candelaria, un enorme cuadrilátero flanqueado por la catedral, el Congreso, la Corte Suprema de Justicia y el Palacio Liévano, sede de la alcaldía.

Plaza de Bolívar (CC-BY-SA Rikimedia)

Allí pueden verse guanacos con sillas de montar para que los niños se hagan fotos, puestos de comida ambulante, una ruidosa manifestación de hinchas del equipo de fútbol Unión Magdalena pidiendo que el Alcalde les deje jugar en el estadio municipal y gente de todo tipo y condición paseando y haciendo fotos.

 Un guanaco mamando en la Plaza de Bolívar

Un puesto de picada (plato de verdura y carne frita)
en la Plaza de Bolívar, al fondo, el Palacio Liévano

La comida es buena y barata para un español, se come por cuatro o cinco euros con postre, bebida y platos de lo más sabrosos. El plato más típico es el ajiaco, una deliciosa sopa muy consistente con tres tipos de patata, pollo, alcaparras y crema de leche. Una maravilla que suele ir acompañada de una mazorca de maíz, aguacate y yuca. Otros platos tienen nombres tan evocadores como sobrebarriga, bandejita paisa o picada. La picada es una mezcla de costilla, chorizo, pollo, arepa, yuca, patata, morcilla y banana, todo frito y en trozos.

Una cosa que llama la atención del visitante es que Bogotá es una ciudad muy culta, llena de librerías, de puestos en la calle que venden libros, con un buen número de universidades y bibliotecas. Los colombianos maneajn muy bien el castellano, tanto que el mejor español probablemente ya no se hable en Valladolid, sino en Bogotá.

Por la Plaza de Bolívar pasa la Carrera 7 (las carreras van de Norte a Sur y las calles de Este a Oeste), la gran arteria que recorre el centro, atraviesa La Candelaria y llega hasta el distrito financiero, y es el alma de la ciudad. Los domingos se cierra al tráfico y se convierte en todo un espectáculo. Se llena de bicicletas, perros, niños con patines y paseantes, y según uno se acerca al centro, se puede encontrar casi de todo:

La Carrera 7 convertida en peatonal

Un hombre encaramado a un palo y sujeto de forma milagrosa que permanece allí arriba toda una mañana; barbacoas de carbones al rojo transportadas en una bicicleta o en un carrito de supermercado; postes con una percha y varios móviles sujetos con cadenas en donde se venden minutos de conversación a 100 pesos (4 céntimos de euro); 


 
Un hombre sujeto a un poste de manera inverosímil durante horas

 
Minutos de móvil a cien pesos

un doble de Michael Jackson haciendo el moonwalk; una lotería que usa conejillos de indias y pequeños barreños de plástico boca abajo con una abertura, la gente pone dinero encima de los barreños, se suelta a uno de los animalillos que, asustado, se mete en un barreñito y el que ha apostado allí, gana; puestos de fruta con miel cuyo nombre no recuerdo; vendedores de CD, libros, músicos callejeros, mendigos...una muchedumbre llena de vida y color, abigarrada y variopinta que se puede estar mirando horas y horas sin aburrirse.

La moneda es una fuente de sobresaltos continua para el viajero, porque un euro equivale a 2.700 pesos colombianos y al atribulado españolito se encuentra pagando 1.000.000 de pesos en el hotel, comiendo por 15.000 pesos y manejando siempre cifras disparatadas.

La seguridad es un problema sí, aunque no se siente ningún peligro andando por el centro de día, se aconseja no exhibir cámaras de fotos ni objetos valiosos, no aparentar ser un turista (cosa que resulta imposible), no tomar taxis en la calle, pedirlos en el hotel, y tener sentido común.

En fin, Bogotá es uan ciudad llena de vida, que bulle como un hormiguero, rodeada de montañas y frondosas selvas, con un Museo del Oro lleno de espléndidas piezas precolombinas y un Museo de la Esmeralda con piedras de precios inalcanzables. Una ciudad vital y bulliciosa, con corazón, en la que el trato de la gente es exquisito y pararse a hablar con cualquiera es un placer. Bogotá.

Publicado por Antonio F. Rodríguez.