domingo, 8 de septiembre de 2013

Dresde, la perla del Elba


Hoy vamos a hablar de Dresde, la capital de Sajonia, un lugar mágico a orillas del río Elba. Es una ciudad amplia, de grandes plazas y anchas avenidas que han traído el horizonte dentro de la urbe. Sus calles adoquinadas están llenas de iglesias y edificios antiguos grandiosos, de piedra arenisca, blanca y a veces gris, por el mal de piedra. Una red de cables, que parece el sistema nervioso de la ciudad, la recorre de punta a punta: es el tendido del tranvía.
    
 

Y en el centro, el Elba, el anchuroso y magnífico río que pasa rápido por en medio de los palacios, bordeado de riberas verdes, de parques y árboles, con su corriente vertiginosa.
 

Dresde es una gran desconocida centroeuropea, una ciudad con tanto encanto como Praga, Viena o Budapest (por cierto, pasar por las cuatro urbes sí que puede ser un viaje de ensueño), pero con la suerte de que tiene sólo medio millón de habitantes y pocos turistas. Es casi una ciudad solitaria.


Nada más llegar me he llevado varias sorpresas. La primera, que es peligroso andar de noche por la calle admirando los edificios, porque circulan bastantes bicicletas, a toda velocidad y muchas no llevan luces. La segunda, encontrar cierta presencia española, el Banco de Santander, tiendas con el nombre en español (Preciosa) porque les parece más chic que los nombres alemanes, y en un escaparate de una librería los últimos libros de Juan José Millás, Javier Marías y Eduardo Mendoza, en castellano.

Y la última, y mejor sorpresa, ha sido oír desde lejos el «Ave María» de Gounod. Una soprano y un tenor la cantaban bajo los arcos de un edificio palaciego, el Gorgenbau, en un concierto improvisado y callejero, entre las sombras de la noche, sólo para la veintena de turistas que pasábamos por allí a las diez. Una maravilla.
 
 
El Gorgenbau, un edifico que conecta las caballerizas con el Palacio Residencial

Se trata de una ciudad templada, con máximas anuales en julio que no pasan normalmente de los 25º. Es realmente delicioso visitarla en el mes de agosto, en el que en Madrid se pasa con facilidad de los 40º.

La música ocupa en Dresde un lugar muy especial. Tiene una ópera estupenda, con una acústica que se ha hecho famosa, un edificio maravilloso y un programa muy notable.


La Semperopera fué levantada entre 1871 y 1878 bajo la dirección de Gottfried Semper, en estilo neobarroco decimonónico. Wagner fué su director musical y en ella se estrenaron óperas, entre otras, de Strauss (hijo), Wagner y Rubinstein. En la foto no se distingue muy bien, pero la entrada está coronada por una cuadriga de panteras.


El casco histórico está plagado de monumentos y edificios, una buena muestra del barroco sajón y algunas espléndidas muestras del estilo renacentista, construidos la mayoría durante el siglo XVIII.

 

La iglesia imperial (Horkifche), con una torre de 83 metros llena de filigranas, un montón de estatuas en el exterior y una curiosa planta oval, que hace que desde algunos sitios parezca muy ancha y desde otros, muy estrecha.

 

Temprano, por la mañana, parecía haber más gente en las cornisas y pináculos de la iglesia que en la plaza desierta a esas horas. Un buen grupo de estatuas miraban de hito en hito al viajero, completamente solo en la plaza.

  

El «Desfile de los príncipes», un monumental mosaico de azulejos de porcelana de Meissen de 108 metros de longitud, que representa los 35 miembros de la dinastía Wettin, acompañados de criados, escuderos, nobles y palafreneros.

 

El Palacio residencial, cuya primera torre se erigió en el 1200, con elementos que van desde el románico hasta el renacentista y el barroco.

 

Alberga una deslumbrante collección de joyas en miniatura, la mayoría debidas a la habilidad del mítico orfebre Johann Melchior Dingingler, como la increible «Corte del gran Mogol», una miniatura delicada y perfecta de 35 figuras.



Una orgía de brillos y colores realizada en oro, plata, 4909 diamantes, 160 rubíes, 164 esmeraldas, zafiros y unas cuentas piedras más, que costó más que un castillo de caza. Lo curioso es que no fué un encargo. Digingler la hizo por su cuenta, financiando la obra con préstamos, y cuando la tuvo acabada se la presentó a Augusto el Fuerte y le pidió 60.000 táleros, que el monarca le pagó sin regatear.

  

El Museo del Transporte, con una colección impresionante de locomotoras, trenes, tranvías, aviones, automóviles, bicicletas, motos...y una pareja de estatuas infantiles, simbolizando oriente y occidente, que bien merecen un montaje.


Y otros muchos puntos de interés, como la impresionante estatua dorada a caballo de Augusto el Fuerte (1670-1733), llamada el Jinete dorado (Golden Rider), elector de Sajonia y Rey de Polonia, nacido en Dresde, cuyo reinado coincidió con el periodo de mayor esplendor de la ciudad.


El espectacular edificio Yenidze (1908), antigua fábrica de tabaco turco, con una cúpula de vidrio rojo y una decoración fastuosa. Actualmente alberga oficinas y un restaurante árabe en la planta baja.

 
La lechería Pfund (1891), decorada con 250 metros cuadrados de azulejos de la época pintados a mano, que figura en el libro Guinnes de los récords como la lechería mas bella del mundo. Allí se puede elegir entre una gran variedad de deliciosos quesos del país.
  

Muchos personajes vivieron en esta hermosa ciudad, como atestigua, por ejemplo, una estatua muy realista del gran Dostoievski, que vivió aquí durante tres años y bautizó a su hija en la iglesia ortodoxa de la ciudad.

  

La estatua se encuentra a orillas del rio Elba, en lugar amplio, con jardines y un antiguo camino de sirga por el que se puede pasear y andar en bici.

 

La Iglesia ortodoxa de Dresde (1872) fué diseñada por el arquitecto Harald Julius von Bosse, un aleman de ascendencia rusa que también  levantó la iglesia alemana de San Petersburgo.

Y todavía queda algún recuerdo de la época socialista, de los 41 años en los que Dresde perteneció a la República Democrática Alemana, como este mural en el más típico estilo socialista:


Pero lo que destaca en la ciudad es la magnífica Frauenkirche, la Iglesia de Nuestra Señora, construida en piedra arenisca entre 1731 y 1743. Pero su historia es tan emocionante que vamos a resumirla.

 
El Palacio de Bellas Artes y la Frauenkirche

Durante la Segunda Guerra Mundial Dresde sufrió uno de los bombardeos nocturnos más espantosos que se conocen. Las fuerzas aéreas británica y estadounidenses descargaron 4000 toneladas de bombas incendiarias de fósforo, hoy prohibidas por las convenciones internacionales, poco antes de la capitulación nazi. Se dice que un bombardeo así sobre una población civil era innecesario. Los artefactos estaban pensados para atravesar los tejados y explotar en la planta baja de las viviendas. En el centro de la ciudad se alcanzaron temperaturas de más de 1000º, los materiales se fundían y el monstruoso consumo de oxígeno creó una fuerza de succión que arrrastraba a la gente por las calles hasta el fuego central. Se habla de unas 30.000 víctimas. La ciudad, que no era demasiado grande, quedó destrozada.

 

La Frauenkirche quedó arrasada y durante muchos años los gobiernos comunistas mantuvieron las ruinas intactas como muestra de la maldad de occidente. Pero los ciudadanos conservaron cuantas piedras y detalles de la antigua iglesia pudieron, soñando con reconstruirla algún día.


Y después de la caída del muro de Berlín, con un 75 % de donaciones y tras años de trabajo, se volvió a levantar la espléndida iglesia, en la que se pueden ver, como en un puzzle, algunas viejas piedras negras colocadas cada una en su sitio, entre las nuevas, de arenisca. A la entrada hay una impresionante estatua de Lutero.


Alguien muy cercano me contó cómo fueron los primeros días después de la inauguración en el año 2005. Había que esperar largas colas y, al entrar, era emocionante ver cómo se les saltaban las lágrimas a los más viejos del lugar, que hacía 50 años que no entraban en el templo.

Es una iglesia, luterana, única, barroca y con una fuerte influencia bizantina. De planta circular, es una iglesia muy vertical, estilizada y que sube hacia arriba, dominada por una enorme cúpula rodeada de cuatro pequeñas torres, que pueden pasar por minaretes residuales.


Y una gran cantidad de ventanales que inundan el interior de un raudal de luz. Por dentro es enormemente luminosa (vale la pena visitarla en un día soleado), está decorada en delicados colores pastel, en los que predomina un suave verde, los dorados y el maravilloso interior de la cúpula, de color salmón.

Como templo protestante que es, carece de imágenes. Lo que unido a los asientos corridos de madera, los anfiteatros, palcos, una galería acristalada corrida a la altura del primer piso y el majestuoso órgano que hay encima del altar mayor hacen que parezca en cierto sentido un teatro de ópera más que una iglesia. Y la verdad es que la cúpula está hueca y actúa como caja de resonancia, lo que hace que la acústica sea extraordinariamente buena y que las campanas suenen de una manera muy especial. Por eso se la llama también la gran campana.

 

Es una iglesia maravillosa, una de las más bonitas que pueden verse y desde luego, las fotos interiores no le hacen justicia, por muy buenas que sean.

El Geogenbau, el Palacio Reidencial y la Iglesia Imperial

Se dice que Dresde es la Florencia del Elba, tambien se la llama la Florencia del Norte, y desde luego ha tenido vínculos culturales con Italia, aunque más bien con Venecia. La madre de Casanova fué actriz en el Teatro de la Corte, su hermano dirigió la Academia de Arte y el mismo Casanova vivió en la ciudad cierto tiempo y murió en un castillo cercano. Además, una de las más famosas vistas de la ciudad se llama la vista de Canaletto y quedó definida en un grabado del pintor veneciano.


Vista de Canaletto (1752)

En resumen, es una ciudad de ensueño, llena de tesoros, bellos edificios, música e historia. Una urbe tranquila y amplia, muy desahogada, en la que es una gozada dar largos paseos o alquilar una bicicleta. Vale la pena visitar Dresde.

Publicado por Antonio F. Rodríguez.

jueves, 22 de agosto de 2013

Tres pueblos y dos castillos: Coca, Olmedo y Cuéllar

 
Castillo de Coca

A veces no hace falta hacer un viaje muy largo para ver sitios interesantes y encantadores, hay lugares estupendos muy cerca de casa. Como los pueblos de los que vamos a hablar hoy, Coca, Olmedo y Cuéllar, que se pueden visitar en una excursión de un día desde Madrid, la ciudad en la que vivo.

En Coca (Segovia) hay un maravilloso castillo mudéjar construido en 1453 por la poderosa familia Fonseca; una imponente mole con foso, puente levadizo, rastrillo, tres perímetros defensivos y una magnífica torre del homenaje, construido íntegramente con ladrillos, lo que le hace más resistente a la artillería que si fuera de sillares de piedra. Se reconstruyó en los años 50 y es inevitable sentirse transportado a otra época al pasear por su imponente interior.


Paseando dentro de la muralla del castillo

Hay una visita guiada de casi una hora en la que se pueden ver cómo eran los bellísimos azulejos renacentistas que decoraban su interior, una sala con techo parabólico y curiosas propiedades acústicas, las vistas desde lo más alto de la torre y las espantosas mazmorras.

El pueblo de Coca tiene sólo unos 2.000 habitantes, es un lugar tranquilo, agradable, limpio y bien urbanizado. Un buen sitio para pasear o para pasar unas vacaciones tranquilas, rodeado de pinares, bañado por el río Voltoya, en una zona llena de alicientes. Los inmensos bosques están formados por pino rodeno (pinus pinaster) y pino serrano (pinus sylvestris), de los que se extrae resina y derivados. El entorno natural es muy atractivo; tuve la suerte de ver un zorro tumbado en medio de la carretera, que salió coriendo cuando se acercó el coche.

A unos 20 km de Coca se encuentra Olmedo (Valladolid), que se llama así por el gran número de olmos que siempre ha habido por allí. Está lleno de puntos de interés:

- La exquisita pastelería Frías, situada en la calle Marcos Salgueiro y fundada en 1899. Tienen unas bambas de nata deliciosas, que me recuerdan a las que había en las pastelerías de mi niñez, y unas cazuelas de crema para chuparse los dedos.


La confitería Frías (1899)

- La Plaza Mayor, rodeada de casas antiguas y soportales. En el centro tiene dos pérgolas cuya sombra es especialmente acogedora en el mes de agosto.

Plaza Mayor de Olmedo

- La Iglesia de Santa María del Castillo, un templo en parte románico (siglo XII), en parte mudéjar (siglo XV) y en parte gótico (siglo XVI), que destaca por su tamaño y por la cantidas de objetos artísticos interesantes que encierra: el retablo, la sillería, los cuadros...

Iglesia de Santa María del Castillo

- El Arco de la Villa, una de las entradas de la antigua muralla, sólidamente guarnecida por una torre cuadrada y otra redonda. 



Arco de la Villa (Olmedo)

- El Palacio del caballero de Olmedo, donde se puede difrutar de una visita dramatizada sobre la famosa historia de don Alonso. «El caballero de Olmedo» es una obra dramática de Lope de Vega basada en una leyenda que dió lugar a una canción popular:

Que de noche lo mataron
al caballero,
la gala de Medina,
la flor de Olmedo. 
        
        
Palacio del Caballero de Olmedo

Parece que Don Alonso era un caballero de Olmedo, enamorado de Doña Inés, una dama del vecino pueblo de Medina y prometida por sus padres a otro hombre. Inés, también enamorada, decide hacerse monja para evitar la boda; Alonso la visita en el convento. Y en una de sus visitas a Medina, participa en los festejos taurinos y salva la vida al prometido de su amada. Su rival, doblemente ofendido porque el de Olmedo corteja a su dama y además le ha salvado la vida en público, organiza una emboscada en la noche y mata a don Alonso en el camino de regreso.

Y un buen número de iglesias, conventos, casas blasonadas, edificios antigüos. Olmedo es una ciudad para pasear con una buena guía y hacer una visita al pasado. Un verdadero túnel del tiempo.

Una calle de Olmedo

En media hora en coche, se llega a Cuéllar (Segovia), una villa más grande, de casi 10.000 habitantes, que presume de tener los encierros de toros más antiguos de España (1215). Allí se encuentra el castillo de los duques de Alburquerque, una fortaleza de ensueño, de cuento de hadas, gótico y renacentista, por donde pasaron entre otros, don Álvaro de Luna, Juan I de Castilla, José de Espronceda y el Duque de Wellington.

Castillo de Cuéllar

La muralla más externa del castillo rodea a un casco histórico de calles estrechas y empinadas plagadas de misteriosos palacios, templos y casas señoriales.

Cuéllar

Bueno y eso es todo, un recorrido por tres pueblos de la comarca natural de Tierra de pinares, rodeados de extensos bosques de pinos. Son tres auténticas islas mudéjares en un mar de pinares, en el corazón de Castilla.

Publicado por Antonio F. Rodríguez.

lunes, 8 de julio de 2013

Venecia, un sueño medieval


Venecia es uno de los lugares más turisticos del mundo. Un auténtico lugar común para el viajero, un tópico. Antes de visitarla, la cantidad de imágenes vistas en películas, reportajes, documentales y mil sitios pesan demasiado en el recuerdo. No es fácil aproximarse a la Serenísima, sería necesario olvidar todo lo visto y oído para descubrirla de nuevo, pero eso es imposible. La ciudad de Casanova y Marco Polo impone su fama y su presencia mucho antes de que uno la pise por primera vez. Su imagen nos domina y nos intimida un poco, nos puede.

La ciudad es un laberinto de tierra y agua, una red inextricable de calles, pasarelas, puentes y canales, en la que no resulta nada fácil orientarse, especialmente si uno se sale del camino trillado por miles de turistas: la vía que lleva desde el puente del Rialto hasta la Plaza de San Marcos. 


Es fácil que el viajero se pierda en ese caso, pero como recompensa puede encontrar canales encantadores, rincones llenos de magia, sitios en los que uno se encuentra de pronto solo. Como la Calle amor dei amici, uno de los rincones preferidos de Hugo Pratt.


O las fascinantes plazas medievales, los llamados campos, espaciosas, algunas arboladas, que parecen querer conservar la atmósfera de hace siglos.


Se puede uno encontrar también con la que pasa por ser la iglesia más bella de todo Venecia, con permiso de la Catedral de San Marcos, claro, la iglesia de Santa María dei Miracoli. Está situada al borde un pequeño canal, no es muy grande, está hecha de mármol y serpentina. Una pequeña joya renacentista de una sola nave.

Para descubrir la Venecia desconocida, apartada de las típicas rutas turísticas, nada mejor que seguir los consejos de la Venecia secreta de Corto Maltés, una maravillosa guía de la ciudad de los canales.

La ciudad está llena de lugares llenos de encanto, de vistas sorprendentes. La Serenísima ofrece lugares inolvidables por doquier: relajantes canales, figuras en piedra sorprendentes, estatuas improbables. Aquíi tenéis una pequeña muestra:
 

Aqui se puede ver la decoración tradicional de las góndolas venecianas, todavía de color negro como señal de luto por la epidemia de peste, y con el remate de proa que, después de algunas variaciones, se estabilizó en el siglo XVIII. La profesión de gondolero pasa de padres a hijos y al haber un número fijo de licencias, el hijo solo puede empezar a trabajar cuando su padre se retira de la profesión.


El encanto de Venecia tiene siempre algo de melancólico. Los palacios están llenos de humedad y carcomidos por el salitre; muchos lugares necesitan una mano de yeso y otra de pintura. Las paredes desconchadas dejan ver los ladrillos , hay desconchones, humedad...


El barrio judío, un lugar que vale la pena visitar. Hay sinagogas fascinantes,antiquísimas y un dédalo de callejuelas. La siniestra palabra ghetto se acuñó aquí, en la ciudad de los canales, cuando en 1516 se confinó a todos los judíos en una pequeña isla, aislada por dos puentes, en la que había una fundición (ghetto) de hierro y no se les dejaba salir por la noches.


Una figura en piedra, que parece un dragón devorando la cabeza de un hombre que sostiene entre las garras. Una representación con un punto espeluznante y, desde luego, poco habitual.


Uno de los dos leones en piedra que se pueden ver en la Plaza de San Marcos, a los pies del edificio del reloj. Desgastado y deformado por siglos de salitre y erosión, tiene un aspecto muy particular, lleno de personalidad. Es todo un carácter, pero aún así deja que los niños se suban en él para jugar.

La ciudad está llena de iglesias descomunales, que sorprenden por su tamaño. Todas merecen una visita, por breve que sea. En una de ellas, la impresionante Iglesia de los Santos Jeremías y Lucía, me topé con el cuerpo incorrupto de Santa Lucía (283-304), mártir siciliana, que lleva una máscara de plata, toda una experiencia.

También causa cierta impresión ver la cabeza del verdugo, ahora situado en una casa relativamente moderna del barrio de Cannaregio, pero que en el siglo XV se encontraba en la casa del verdugo como buzón para que las autoridades le notificasen a quién tenía que ejecutar y cuándo.


Para probar las especialidades venecianas, nada como un restaurante tradicional, como la Antica Adelaide (Calle Priuli), abierto desde el siglo XVIII, donde pude probar unos deliciosos espaguetis picantes con mejillones.


Por otro lado, la laguna de Venecia tiene otros encantos que vale la pena conocer. Hay una estupenda excursión en barco, muy recomendable, que puede hacerse en un solo día y dura unas cinco horas, que permite visitar las islas de Murano, Burano y Torcello.


Murano es famosa por los trabajos en vidrio, una artesanía tradicional de más de 1 000 años de antigüedad en la que, la verdad, no hay término medio. Produce o bien piezas horrorosas y estrambóticas, como cuadrigas transparentes de color rosa o delfines gigantes azulados, o piezas bellísimas de colores equilibrados y a la vez atrevidos.


Burano, en cambio, ofrece sus bordados, pero lo que llama la atención es el paisaje urbano de sus casitas coloreadas en tonos vivos. El color de cada casa es tradicional y se ha mantenido durante generaciones. Es fácil pasear por sus calles, olvidarse de todo y perder el barco.


En Torcello, una isla despoblada por la malaria, hay dos cosas que valen mucho la pena. El Trono de Atila, un antiguo asiento de piedra bajo un árbol centenario, probablemente usado por el señor feudal de la isla para impartir justicia al aire libre, pero que deja la duda de si realmente fué usado por el Rey de los Hunos cuando estuvo por allí en el año 452.


Y el enorme mosaico bizantino del siglo XII que cubre la pared occidental de la Catedral de la Asunción; representa el Juicio Final y es una auténtica maravilla. Impresiona por su tamaño, por la cantidad de detalles y la finura de ejecución. Uno de los mosaicos más bellos que pueden verse.


Venecia es una joya medieval, un fósil arquitectónico, irreal y onírico, del que cuesta apoderarse mentalmente. Es una ciudad que se resiste a la mente humana porque no parece de este mundo. Yo estuve hace tiempo una vez, durante una semana entera, y no lo conseguí. Hace poco he vuelto, tratándo de conocer los lugares menos visitados, y sólo ahora lo he logrado. La he conquistado con la memoria, la he hecho un poco mía y ya puedo disfrutar de mis recuerdos. Por fin puedo decirlo, Venecia es maravillosa, Venecia me gusta. Venecia.


Publicado por Antonio F. Rodríguez.